Giacomo (nombre ficticio) tenía un año de edad cuando por primera vez el pediatra aconsejó a su madre que lo llevara a una visita para evaluar su audición. A esa edad ya manifestaba los primeros problemas de lenguaje.
Los médicos del centro ortopédico de reeducación de Florencia en tres ocasiones diferentes no se dieron cuenta de que el niño sufría de sordera. Pensaron que su trastorno, que le ocasionaba las dificultades para hablar, era de naturaleza mental.
Después de seis años de diagnóstico y terapias equivocadas, etiquetado como afectado por un retraso psíquico, la tenacidad de su madre le hizo llegar a Siena, en el hospital Scotte, donde sin siquiera hacer preguntas nada y con gran profesionalidad - dice la madre de Giacomo, lo visitaron y, después de unos minutos, le dijeron que padecía una “pérdida auditiva bilateral grave".
Veinte años después del inicio de este asunto, los abogados de la familia consiguieron una indemnización de 90.000 euros por los 7 años del diagnóstico erróneo y la consecuente angustia de la madre por esta valoración.
«Siempre he intentado tener un diagnóstico para mi hijo, para que pudiera tener toda la ayuda necesaria en el colegio. Los médicos, sin embargo, no pudieron dármelo y me explicaron que sólo se conoce el 3% de las enfermedades mentales y que mi hijo formaba parte del 97% restante – dice la madre. Me trataron como a una madre aprensiva: "No te preocupes, no todos los niños pueden ser genios". Lo he oído repetir varias veces." A lo largo de los años, la madre, junto con el hermano mayor de Giacomo, deambulaba por los pasillos del hospital con la esperanza de que su intuición de que su hijo era sordo pudiera encontrar confirmación médica.
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